viernes, noviembre 14, 2008

El catalizador

Comienzan mis sesiones de reflexión. Y quiero comenzar dedicándole esta entrada a mi "nueva" compañera, que vino para evitar que yo me volviera loca.

Una perspectiva nueva (de alguien que tiene 1º cabeza, 2º criterio y 3º sentido común) que venía echando en falta desde que me quedé a solas con él. En estos meses que he estado sola ante el peligro, se han ido desvirtuando muchas cosas. Tal vez demasiadas (algunas no me benefician en absoluto). Tengo demostrado que lo peor que me puede pasar es darme cuenta de que alguien me cae mal. A partir de entonces, todo cae en picado. Ya me resulta más difícil siquiera esperar a que termine una frase, porque me harta o me parece que dice gilipolleces... Me da pereza hasta pensar en esa persona, que me llame y tener que responder, tener algo pendiente que dependa de él... en definitiva, desde mi momento de sinceridad conmigo misma, todo se presenta como una cuesta arriba o como un grano en el culo (hablando pronto y mal).

Es curioso, esto sucedió mientras otra persona hacía un esfuerzo perceptible (durante poco tiempo, por supuesto) por ser simpático y considerado... Aaaay, mi teoría de la balanza... Francamente, en este caso, salí perjudicada, porque al final las dos personas se inclinaron del lado de lo negativo... Pero al menos, casi a tiempo, llegó El Catalizador, para volver sentirme a gusto trabajando con un(a) compañer@. Qué gusto volver a sentir eso, de verdad. Casi había olvidado lo que es... volver a sentir (no sólo pensar) en lo importante que es, estando dentro de un grupo, tener un buen feeling con los compañeros. Al menos eso me ha devuelto motivación. Lo malo ha quedado diluido en la minoría, es una pequeña victoria.

Mi parte insegura se pregunta si está bien que la motivación dependa de el resto... pero otra parte de mí me responde que, al menos, estando dentro de un grupo, es razonable. Si yo fuera el único miembro del equipo, sería diferente... pero si formas parte de algo y ese algo es un asco, ¿con qué ganas vas a ir a trabajar?

Hombre, si te gusta mucho lo que haces, puede merecer la pena... Pero ahí respondía yo: es que tampoco me gusta mucho lo que hago. Pero ahora, en otro ambiente más renovado, sí. Me gusta más. Antes hacía una mierda, pero era feliz yendo a trabajar y escondiendo muñecos o forrando de etiquetas el puesto de un compañero. Porque de esos momentos, podían salir hasta buenas ideas para desarrollar. Team building, que lo llaman, cosa que actualmente no construímos...

Voy a parar, porque mi mente está yendo por otros derroteros y, como siga así, voy a acabar escribiendo los propósitos de año nuevo a mitad de noviembre. Yo he venido aquí a hablar de mi libro! Lo que me temo yo es que dentro de poco mi catalizador necesite, a su vez, un catalizador.

Workoholicos anónimos

Llevo un tiempo en que llego demasiado tarde (y demasiado cansada) a mi casa como para escribir como lo hacía antes... Y cuando estoy tirada en el sofá, viendo una serie o una película, viene la inspiración de la mano de la reflexión de un personaje. Entonces pienso: tengo que volver a escribir, tengo que desahogarme de alguna manera, porque si no, voy a explotar. Tengo que darle una vía de escape a mi vida laboral, porque no llego a desconectar nunca. Mi trabajo se está convirtiendo en lo que soy (no sabría si darle la vuelta a esta frase) y no me gusta ni lo uno ni lo otro.

En parte, sé que el trabajo está ahí continuamente porque hay mucho que estudiar y disfruto aprendiendo cosas nuevas o, más bien, detalles y más detalles. Pero, al final, mi frustración se reduce siempre a lo mismo, y no hago nada para cambiarlo. Todo lo contrario, parece que hago todo lo posible para conseguir lo contrario.

Entonces llegué a la conclusión de que antes me creía más sana mentalmente porque me comunicaba por escrito. Mi desahogo lleva un tiempo interrumpido, y no sabes cuánto lo echo de menos. Esto hace ya tiempo que lo pienso, y es ahora cuando me pongo a escribirlo, cuando pongo un poquito de mi voluntad para dejar fluir un poquito las ideas.

Al menos es más barato que una sesión con un psicólogo, que ya hasta me lo estaba planteando. Creo que las farmacéuticas deberían investigar las pastillas para terminar la carrera. Esas y las del olvido (con receta, por supuesto) son un filón para los casos extremos. Yo me estoy aproximando. Llevo 2 años y medio... no está mal. Creo que va siendo hora de averiguar qué está pasando... Así que comienzo (o termino) planteando las preguntas del millón:

¿Qué tal llevas tu proyecto?
¿Por qué lo llevas mal? ¿estás muy agobiada en el trabajo?
¿Por qué no lo haces si es algo tuyo, que principalmente
te interesa a ti?


Y planteando también los deberías del millón:
  • Deberías sacar tiempo todas las tardes para ti. Con 2 horas al día que te pusieras, ganarías mucho. No puede ser tan difícil.
  • Deberías evitar sobrecargarte de trabajo, no puedes encargarte de todo... a lo mejor tienes demasiadas cosas.
  • Deberías pedir ayuda a alguien, alguien habrá que te pueda echar una mano para sacarlo adelante rápido
  • Deberías centrarte en terminarlo lo antes posible, no detenerte en los detalles, qué más da la nota

Seguro que me dejo alguno... pero para eso están los comentarios a los posts, ¿no? En fin... ¡a veces, con esto del proyecto, me siento como una fumadora que quiere dejarlo y no puede... pero que no puede y encima nunca lo intenta!

lunes, agosto 11, 2008

Los paños fríos, mejor...

Por unas circunstancias inhusitadas y ajenas a mí, aquí me hallo para hablar del dolor y de la desesperación, de la justicia, del respeto, del desamor, de la decepción y de los duelos.

Puede parecer un acto de masoquismo, después de haber pedido una pastillita para suprimir el dolor, algo que me llevara al olvido de un segundo a otro, para dejar las cosas atrás y encontrarme en la situación en que me encuentro ahora, sin tener que sufrir un largo y costoso proceso de adaptación para superarlo... pero me da igual, pase lo que pase sigo pensando: "los paños calientes no compensan".

Una cosa es exigir detalles morbosos (que en el fondo no compensan), cuya motivación es una exigencia exacerbada de la verdad, que quedan grabados en el subconsciente y resultan traumáticos (más, aún), que no se olvidan y que marcan para siempre. Pero otra cosa son los paños calientes. Hay que enfrentarse al dolor y a la realidad, porque si no, te va a costar un mundo superar una situación que, en parte, es ficticia y tu esfuerzo será vano. Te estarás enfrentando a otra realidad, tus decisiones vendrán tomadas por una situación que no existe como tal... Sería como luchar contra un holograma, y si encima te crees que lo has vencido, tu logro sólo sería una mentira... Ya sólo por una cuestión de respeto, los paños calientes no compensan.

En el amor, bueno, más bien en el desamor, si te encuentras ante el supuesto obstáculo (léase abismo infinito o montaña de dimensiones descomunales) te tienes que pegar una buena hostia. No vale caerse con una colchoneta, hacerse un rasguño, torcerse un tobillo... No. Si lo que tienes delante es un monstruo, te tienes que dar pero bien. Sólo así medirás tu propia fuerza. Sólo así superarás lo que te ha destrozado por dentro. Todo tiene que venir de tus propias decisiones, y si se tiene la oportunidad, enfrentarte en tu duelo a lo que te come por dentro y no quedarte con las ganas o la sensación de no haber agotado todas las vías (ver entrada al respecto). Y con las decisiones que tomes tienes que apechugar. Por mucho que el dolor te ahogue, que quieras morirte sólo por dejar de pensar y asfixiarte con los recuerdos, por mucho que cada canción te haga llorar, aunque sea una pastelada de Ricky Martin o Chayanne (es una situación patética, pero que no se puede controlar).

Los paños calientes son sólo una muestra de compasión... muchos dirían que eso es una muestra de afecto, amor... pero yo creo que la compasión es, sencillamente, compasión. Suavizar las cosas sólo lleva a la víctima a darle más vueltas a algo que está acabado, a intentar descifrar un mensaje que desde el principio está claro y que te avergüenzas de decir, porque sientes que estás siendo un monstruo. El que lo suaviza tiene que apechugar con eso de ser un monstruo, y el que se va a dar la hostia, tiene que reponerse del golpe y, si tiene fuerzas, tiene derecho a devolverlo. Suavizar las cosas es un acto de defensa (o de cobardía), un intento no sólo mitigar el golpe que se lleva la otra persona (por supuesta compasión), sino también evitar el contraataque. Y eso no es justo. Cuando se aclara una situación sabiendo que uno de los dos va a sufrir, hay que dar una oportunidad. Igual que a la otra persona se le desmorona una realidad y no le queda más remedio que enfrentarse a ello, el que "desmoronador" tiene que enfrentarse también a la realidad de la otra persona. Uno tiene que asumir las consecuencias. Si no, no es una lucha de igual a igual. Si tú manejas "información privilegiada" que no compartes y dibujas una supuesta realidad para la otra persona, te conviertes en un gran mentiroso y manipulador, además de un cobarde aprovechado.

Es una cuestión de justicia, nada más. De justicia y respeto. El sufrimiento debe repartirse, y no vale con el que te inflijas tú a ti mismo, ese no es problema del otro, esa autotortura es problema tuyo. Tienes que darle la oportunidad al otro de herirte en legítima defensa.

Pero yo, maestra de las avestruces, soy un as escondiendo la cabeza. Primero me encargo de reblandecerla con pensamientos obsesivos y situaciones hipotéticas, con dudas y recuerdos. Y segundo, siempre me quedo con las ganas de devolver el golpe, de defenderme y exigir explicaciones, de enfrentarme al verdadero diálogo. Así que no sé si el dolor de los paños fríos compensa o no. Siempre he sido yo la que se ha encargado de enfriar los que me daban calientes. Así que quién soy yo para decir nada.

viernes, agosto 08, 2008

El día de la Marmota

Hay muchas probabilidades de que esta entrada, meditada ya en anteriores ocasiones, empezada una vez y siempre interrumpida por cualquier cuestión de mayor o menor importacia, entre de nuevo en el círculo vicioso de lo inacabado o inempezado... como tantas cosas, en general.
De hecho, sería lo consecuente con el tema de la entrada, con el título y con la realidad que trato de plasmar. Sería una prueba feaciente del círculo vicioso en el que me encuentro y que me tiene atrapada. Después de perder un poco el tiempo buscando una imagen para ilustrar o amenizar esta entrada, me dispongo a escribir.
Hace tiempo que estoy atrapada en una rutina que no me gusta, descuidando las labores que deberían ser mi prioridad, sintiendo que malgasto mi vida, egoístamente hablando. Siento que en algún momento de mi vida tomé una decisión errónea que me ha llevado a donde estoy (y como estoy). Ahora soy incapaz de dar un paso para salir de mi día a día, la inercia es más fuerte que yo y se empeña en doblegar mi ánimo. En un acto absurdo de rebeldía, me fastidia cumplir con las labores que asumí un día, por propia elección (porque me compensaban, porque me ayudarían a alcanzar mi objetivo), y se apodera de mí una desgana que comienza a transmitirse en el trabajo que hago. Los días se me escurren de las manos, como pescaditos vivos, y no consigo recuperar mi el control de mi trabajo, la sensación de eficiencia, el orgullo por mi trabajo, mi capacidad de decisión (mi poca capacidad de decisión)... A veces lo achaco a que no me gusta lo que hago, otras a que no me gustan mis compañeros, a que echo de menos a los que tenía antes, otras a que no me siento motivada... El caso es que entre unas cosas y otras, no me siento satisfecha cuando acaba el día con lo que he hecho, ni con las decisiones que he tomado. Y mi sentido común siempre viene a visitarme demasiado tarde, cuando el día ha terminado, o cuando estoy conduciendo de vuelta a casa (independientemente de la hora que sea).
A veces esta sensación de continuidad entre un día y otro, incluso entre el viernes y el lunes, me agota; me desanimo y comienzo a cantar una vieja canción, de la que sólo ha cambiado parte de la audiencia, pero cuya letra es más que conocida para los que siempre han estado ahí. A veces me pregunto si es este anticanto de sirena el que, al contrario de lo que puede parecer, auyenta al que lo escucha. Me pregunto si este canto no será una condena que estoy cumpliendo por algo... Me encierro en mi reflexión, pero nunca llego a ninguna conclusión. Bueno, digamos que no me lleva a ninguna determinación. Como he dicho, el desánimo me puede. Hace tiempo que dejé de creerme esos cantos de sirena que terminarían con todo esto... Me remito a los hechos. Es como sufrir una pérdida de fe. Me escudo en tantos escepticismos que desmorono el castillo antes de construirlo. Ya no me vale hacerlo por orgullo, porque estoy harta de mí misma. Ya no me vale hacerlo por mis padres, por mis abuelos, por nadie, porque me rebelo contra mi alienación. Ya no me vale hacerlo por mi proyección profesional, porque me he rebelado contra mi situación con cierto retardo y persistencia. Ya no me vale hacerlo por pura lógica, porque la lógica en sí misma no me motiva a actuar. Sólo me dejo llevar por la inercia, por el día a día. Me dejo llevar, sin más...
No sé cuántas veces a lo largo del día comienzo una frase con "debería...". Y no se cuántas veces me digo "mierda, no lo hice. Otro día más que ha pasado y no he... ". Un día, hablando de mi exjefa, alguien dijo, "si yo no dudo que fuera buena en su día, pero yo creo que se vio en una situación en la que estaba sola y se ve que dio tanto que, ahora, ya no le queda nada y se ha vuelto una vaga". No puedo evitar sentirme identificada con estas palabras, igual que no puedo evitar preocuparme porque telita con la exjefa...
Lo único que hago es levantarme, como cada día, trabajar en lo que surge, como cada día, lamentarme, salir más tarde de lo que me había prometido, mantener la sensación de haber perdido el tiempo y volver a casa, esperando que nadie me pregunte qué tal mi proyecto. Por las noches me acuesto y duermo tranquila, engañándome con la idea de que al día siguiente conseguiré madrugar y algo cambiará la rutina. Pero todo sigue siendo igual.
Hasta me produce desgana hablar de ello. Me aburre. Bueno, en realidad me aburro a mí misma.

viernes, junio 13, 2008

Yo lo tengo todo suave, menos el carácter

... frase célebre de mi madre.



En fin, esta es mi herencia genética. No se puede luchar contra ella... por mucho que me empeñe. Bueno, sí se puede, obviamente, pero desgasta. No sé hasta qué punto es peor el remedio que la enfermedad. Fracasar en mi lucha me pone de más mala leche aún y aumenta mi desánimo. Tendría que explotarlo. Puede que si canalizara esa energía en la dirección adecuada, podría sentirme realizada. Lo que pasa es que luego echo de menos esa imagen cándida que guardo de mí misma y que tanta nostalgia me despierta... y no sé con cuál de las dos quedarme. Supongo que debería quedarme con la de la mala leche canalizada, realmente con ella no renuncio a mi candidez, pero sólo en los momentos y con las personas que yo decido y que se lo merecen. Con la candidez perpetua no voy a ninguna parte, además, la perpetua cándida si fuera objeto, sería una olla express, y nunca sabría cuando va a explotar. Y el día que lo hiciera, desbordaría la bordería (valga la redundancia) con lo cual haríamos un pan con unas hostias.


Venga, propósito de enmienda a 13 de junio: canalizar mi bordería.

Requisitos: conceptos básicos de justicia y merecimiento para no meter la pata.


lunes, enero 21, 2008

Duelos

Tu referencia a los duelos me ha motivado porque me he visto reflejada en muchos aspectos. He visto pasar mis duelos por delante, como la película de mi vida... y me he dado cuenta de un factor común y que puede ser la causa de que haya tardado siempre tanto en dejar las cosas atrás, en superar mi duelo.

En mi duelo más corto, sí hubo un preduelo, cuya exteriorización vino marcada por una frase, pero en ninguno de mis duelos ha existido el enfrentamiento. Dicen que "para una buena elaboración y superación del duelo no es aconsejable querer huir de esas sensaciones de dolor, pues no se pueden enfrentar si no se sienten". Sin ese enfrentamiento es difícil superarlo... Desde luego, más lento es, sí. En mi afán por no enfrentarme a las cosas, a los sentimientos, a los pensamientos, a las personas, me he callado y tragado tantas otras que, con el tiempo, he sabido que era justo decir. Con la distancia sí he llegado a ese recuerdo de cariño... por eso sé que aún tengo un duelo por concluir. Un sustituto del enfrentamiento es el tiempo (muuuuucho tiempo), y ese es mi método de siempre y de este caso, porque al fin y al cabo, éste es un caso más... Ya se sabe que El tiempo todo lo cura (El tiempo locura todo ).

Conozco también un caso de duelo patológico que ha derivado en problemas más o menos del mismo orden de magnitud... pero esa es otra historia que probablemente nunca llegue a contar aquí.

De esta reflexión debería salir otro propósito de enmienda: "No evitar el enfrentamiento". Pero no quiero prometer nada, porque quien promete, se compromete, y no pienso hacerlo. Es lento y doloroso, pero mi método de caminar muy muy muy lejos, hasta que al mirar atrás sólo vea un punto en el horizonte que se confunde con el paisaje y que, una vez pierdes de vista un instante, no lo vuelves a localizar, es sin embargo efectivo y va más con mi estilo. Los enfrentamientos me despiertan sentimientos de culpabilidad, porque nunca soy capaz de juzgar la justicia de mis palabras o de mis actos. Y si con el tiempo me arrepiento de no haber sido injusta a propósito porque la otra persona se lo merecía, me aguantaré, apechugaré y seguiré adelante con mi conciencia tranquila y mi anticonciencia incordiando (ay, pardilla, tendrías que haberte vuelto esa mañana a casa y dejar que se despertara sólo en la habitación del hotel...). Pero es que, señores, la maldad no es mi estilo, y para manejarla tendría que hacerme un Propósito de Maldad que, francamente, le sobra al mundo (aunque me falte a mí). Me sacrificaré por el bien común.