lunes, agosto 11, 2008

Los paños fríos, mejor...

Por unas circunstancias inhusitadas y ajenas a mí, aquí me hallo para hablar del dolor y de la desesperación, de la justicia, del respeto, del desamor, de la decepción y de los duelos.

Puede parecer un acto de masoquismo, después de haber pedido una pastillita para suprimir el dolor, algo que me llevara al olvido de un segundo a otro, para dejar las cosas atrás y encontrarme en la situación en que me encuentro ahora, sin tener que sufrir un largo y costoso proceso de adaptación para superarlo... pero me da igual, pase lo que pase sigo pensando: "los paños calientes no compensan".

Una cosa es exigir detalles morbosos (que en el fondo no compensan), cuya motivación es una exigencia exacerbada de la verdad, que quedan grabados en el subconsciente y resultan traumáticos (más, aún), que no se olvidan y que marcan para siempre. Pero otra cosa son los paños calientes. Hay que enfrentarse al dolor y a la realidad, porque si no, te va a costar un mundo superar una situación que, en parte, es ficticia y tu esfuerzo será vano. Te estarás enfrentando a otra realidad, tus decisiones vendrán tomadas por una situación que no existe como tal... Sería como luchar contra un holograma, y si encima te crees que lo has vencido, tu logro sólo sería una mentira... Ya sólo por una cuestión de respeto, los paños calientes no compensan.

En el amor, bueno, más bien en el desamor, si te encuentras ante el supuesto obstáculo (léase abismo infinito o montaña de dimensiones descomunales) te tienes que pegar una buena hostia. No vale caerse con una colchoneta, hacerse un rasguño, torcerse un tobillo... No. Si lo que tienes delante es un monstruo, te tienes que dar pero bien. Sólo así medirás tu propia fuerza. Sólo así superarás lo que te ha destrozado por dentro. Todo tiene que venir de tus propias decisiones, y si se tiene la oportunidad, enfrentarte en tu duelo a lo que te come por dentro y no quedarte con las ganas o la sensación de no haber agotado todas las vías (ver entrada al respecto). Y con las decisiones que tomes tienes que apechugar. Por mucho que el dolor te ahogue, que quieras morirte sólo por dejar de pensar y asfixiarte con los recuerdos, por mucho que cada canción te haga llorar, aunque sea una pastelada de Ricky Martin o Chayanne (es una situación patética, pero que no se puede controlar).

Los paños calientes son sólo una muestra de compasión... muchos dirían que eso es una muestra de afecto, amor... pero yo creo que la compasión es, sencillamente, compasión. Suavizar las cosas sólo lleva a la víctima a darle más vueltas a algo que está acabado, a intentar descifrar un mensaje que desde el principio está claro y que te avergüenzas de decir, porque sientes que estás siendo un monstruo. El que lo suaviza tiene que apechugar con eso de ser un monstruo, y el que se va a dar la hostia, tiene que reponerse del golpe y, si tiene fuerzas, tiene derecho a devolverlo. Suavizar las cosas es un acto de defensa (o de cobardía), un intento no sólo mitigar el golpe que se lleva la otra persona (por supuesta compasión), sino también evitar el contraataque. Y eso no es justo. Cuando se aclara una situación sabiendo que uno de los dos va a sufrir, hay que dar una oportunidad. Igual que a la otra persona se le desmorona una realidad y no le queda más remedio que enfrentarse a ello, el que "desmoronador" tiene que enfrentarse también a la realidad de la otra persona. Uno tiene que asumir las consecuencias. Si no, no es una lucha de igual a igual. Si tú manejas "información privilegiada" que no compartes y dibujas una supuesta realidad para la otra persona, te conviertes en un gran mentiroso y manipulador, además de un cobarde aprovechado.

Es una cuestión de justicia, nada más. De justicia y respeto. El sufrimiento debe repartirse, y no vale con el que te inflijas tú a ti mismo, ese no es problema del otro, esa autotortura es problema tuyo. Tienes que darle la oportunidad al otro de herirte en legítima defensa.

Pero yo, maestra de las avestruces, soy un as escondiendo la cabeza. Primero me encargo de reblandecerla con pensamientos obsesivos y situaciones hipotéticas, con dudas y recuerdos. Y segundo, siempre me quedo con las ganas de devolver el golpe, de defenderme y exigir explicaciones, de enfrentarme al verdadero diálogo. Así que no sé si el dolor de los paños fríos compensa o no. Siempre he sido yo la que se ha encargado de enfriar los que me daban calientes. Así que quién soy yo para decir nada.

viernes, agosto 08, 2008

El día de la Marmota

Hay muchas probabilidades de que esta entrada, meditada ya en anteriores ocasiones, empezada una vez y siempre interrumpida por cualquier cuestión de mayor o menor importacia, entre de nuevo en el círculo vicioso de lo inacabado o inempezado... como tantas cosas, en general.
De hecho, sería lo consecuente con el tema de la entrada, con el título y con la realidad que trato de plasmar. Sería una prueba feaciente del círculo vicioso en el que me encuentro y que me tiene atrapada. Después de perder un poco el tiempo buscando una imagen para ilustrar o amenizar esta entrada, me dispongo a escribir.
Hace tiempo que estoy atrapada en una rutina que no me gusta, descuidando las labores que deberían ser mi prioridad, sintiendo que malgasto mi vida, egoístamente hablando. Siento que en algún momento de mi vida tomé una decisión errónea que me ha llevado a donde estoy (y como estoy). Ahora soy incapaz de dar un paso para salir de mi día a día, la inercia es más fuerte que yo y se empeña en doblegar mi ánimo. En un acto absurdo de rebeldía, me fastidia cumplir con las labores que asumí un día, por propia elección (porque me compensaban, porque me ayudarían a alcanzar mi objetivo), y se apodera de mí una desgana que comienza a transmitirse en el trabajo que hago. Los días se me escurren de las manos, como pescaditos vivos, y no consigo recuperar mi el control de mi trabajo, la sensación de eficiencia, el orgullo por mi trabajo, mi capacidad de decisión (mi poca capacidad de decisión)... A veces lo achaco a que no me gusta lo que hago, otras a que no me gustan mis compañeros, a que echo de menos a los que tenía antes, otras a que no me siento motivada... El caso es que entre unas cosas y otras, no me siento satisfecha cuando acaba el día con lo que he hecho, ni con las decisiones que he tomado. Y mi sentido común siempre viene a visitarme demasiado tarde, cuando el día ha terminado, o cuando estoy conduciendo de vuelta a casa (independientemente de la hora que sea).
A veces esta sensación de continuidad entre un día y otro, incluso entre el viernes y el lunes, me agota; me desanimo y comienzo a cantar una vieja canción, de la que sólo ha cambiado parte de la audiencia, pero cuya letra es más que conocida para los que siempre han estado ahí. A veces me pregunto si es este anticanto de sirena el que, al contrario de lo que puede parecer, auyenta al que lo escucha. Me pregunto si este canto no será una condena que estoy cumpliendo por algo... Me encierro en mi reflexión, pero nunca llego a ninguna conclusión. Bueno, digamos que no me lleva a ninguna determinación. Como he dicho, el desánimo me puede. Hace tiempo que dejé de creerme esos cantos de sirena que terminarían con todo esto... Me remito a los hechos. Es como sufrir una pérdida de fe. Me escudo en tantos escepticismos que desmorono el castillo antes de construirlo. Ya no me vale hacerlo por orgullo, porque estoy harta de mí misma. Ya no me vale hacerlo por mis padres, por mis abuelos, por nadie, porque me rebelo contra mi alienación. Ya no me vale hacerlo por mi proyección profesional, porque me he rebelado contra mi situación con cierto retardo y persistencia. Ya no me vale hacerlo por pura lógica, porque la lógica en sí misma no me motiva a actuar. Sólo me dejo llevar por la inercia, por el día a día. Me dejo llevar, sin más...
No sé cuántas veces a lo largo del día comienzo una frase con "debería...". Y no se cuántas veces me digo "mierda, no lo hice. Otro día más que ha pasado y no he... ". Un día, hablando de mi exjefa, alguien dijo, "si yo no dudo que fuera buena en su día, pero yo creo que se vio en una situación en la que estaba sola y se ve que dio tanto que, ahora, ya no le queda nada y se ha vuelto una vaga". No puedo evitar sentirme identificada con estas palabras, igual que no puedo evitar preocuparme porque telita con la exjefa...
Lo único que hago es levantarme, como cada día, trabajar en lo que surge, como cada día, lamentarme, salir más tarde de lo que me había prometido, mantener la sensación de haber perdido el tiempo y volver a casa, esperando que nadie me pregunte qué tal mi proyecto. Por las noches me acuesto y duermo tranquila, engañándome con la idea de que al día siguiente conseguiré madrugar y algo cambiará la rutina. Pero todo sigue siendo igual.
Hasta me produce desgana hablar de ello. Me aburre. Bueno, en realidad me aburro a mí misma.