miércoles, enero 16, 2013

La última vez que nos vimos

Me marcho de Almería y, una vez más, dejo atrás la realidad de mis abuelos.
Echaré de menos estar sentada junto a mi abuelo, mientras nos da la brisa tan característica de Almería. Es curioso cómo expresa su sorpresa nada más verme, abre los ojos y pone su boquita desdentada dibujando una "o". Nos vamos al porche de la entrada, pero mientras recorremos los largos pasillos de la residencia, desaparece poco a poco hasta que le pierdo en el remanso de su rutina. Y, para cuando vemos la luz del sol, ya no está conmigo. Soy yo la que estoy sentada a su lado. De vez en cuando me abre la puerta cuando necesita recolocar el asiento, haciendo un esfuerzo que parece casi sobrehumano para su mermado cuerpecillo, y responde con un gesto cuando le pregunto si le duele mucho. Apunto para mis adentros "no, no me hago a la idea de cuánto" y no dejo de preguntarme cómo será mi vida cuando yo llegue a su edad.
Cuando volvemos, mi abuela nos pregunta si él ha preguntado por ella. Yo busco en los archivos de mi memoria algún gesto que me diga que sí, pero antes de que pueda decir nada, mi padre responde que no, restándole importancia. No sé si lo conseguirá, pero me da que no, porque ella cuando nos acompaña a la residencia ve cosas en él que nosotros no vemos y, siempre que volvemos, ella dice que sí la echa en falta.
Ella, que nunca ha cogido el coche en su vida tanto como ahora, se debate entre sus vacaciones en la casa de mi tía y la soledad de su marido. Entre la libertad de su nueva rutina y las obligaciones de las misas y los rosarios que cambian a su antojo las monjas. La piscina con la que tanto disfruta mi sirenita y la gerontofisioterapia (o como demonios se diga) de "su casa". Entre las ganas de volver y los deseos de no hacerlo.
Ahora, mientras veo la costa de Almería desde el aire, pienso en todo esto y mucho más. Los invernaderos son naipes esparcidos con cuidado de no superponerse unos a otros. Llegan hasta la ladera de la montaña, el único espacio que respetan o que se hace respetar. Qué tendrá esta tierra, tan aparente inerte, de la que nacen tomates exquisitos y que se hace con los corazones de muchos. Para los que no la conocen, es sólo un lugar marrón, desértico y lleno de polvo del desierto. Para los que la quieren es un diamante en bruto, una tierra llena de cosas que ofrecer para el que esté dispuesto a buscarlo. Y todo el que busca, encuentra.