lunes, agosto 29, 2011

La vejez

He tenido la oportunidad de pasar un fin de semana en presencia del paso del tiempo y, por supuesto, no me ha dejado indiferente.

El rastro que deja es muy diverso. Tanto como las personas. He podido ver el paso del tiempo y sólo puedo decir que, si no puedo elegir cómo va a ser, no lo quiero.

Hay cosas para las que uno no está preparado y, una de ellas, es darse cuenta de que tu vida se está apagando. Después de lo que uno ha vivido, de lo que ha aprendido, del daño y el bien que ha hecho, de los hijos, de los hijos de los hijos, del amor, del odio, de la amistad, de la familia, del trabajo, de la jubilación, de la rutina, de la tranquilidad... Después de todo eso, todavía queda una etapa más. Porque definitivamente nuestra expectativa de vida es demasiado larga. Y, aunque no nos queremos ir nunca, hay momentos en los que ya no estamos pero, aun así, nos retienen.

He visto a una persona que se parece a mi abuelo de hace un año, pero que no es. He visto a una persona resignada a soportar lo que le está tocando vivir y que sencillamente deja que pasen las horas. No se puede sostener de pie y apenas sentado erguido, no puede ir al baño solo, no puede levantarse de la silla y acostarse y viceversa. No puede masticar, porque la dentadura le hace muchísimo daño y ya todo lo toma triturado. No abre los ojos y mantiene la cabeza echada para atrás, como si estuviera dormido. Pero no lo está. Escucha. Y si se cansa de que le repitas algo, te lo dice. Pero aún así, parece que a veces se le olvida que lo hace voluntariamente y se duerme, por lo que en ocasiones reacciona con un pequeño sobresalto, volviendo al mundo de los vivos (o no-muertos).

No queda rastro de ese temperamento. De ese interés por lo material sobre el que basaba su orgullo. Ya no me ha preguntado. Sólo me ha mirado, ha mostrado un amago de sonrisa y un aparente brillo en los ojos (¿o es que los tenía acuosos?).

Cuando una enfermedad (no, más bien, un síndrome) te lleva hasta ese punto, la pregunta es ¿cuánto tiempo puede el cuerpo mantenerse?. ¿Cuánto tiempo puede mantenerse una hoja seca sin caerse? ¿es mejor esperar a que caiga por sí misma o quitarla antes, para que la planta siga adelante con su crecimiento?.

Es paradójico hablar de la esperanza de vida, porque, precisamente al final, esperanza es de lo que menos hay. De hecho, aunque la hubiera, queda poco. Todos sabemos cómo acaba esta historia. Los médicos y la mayor parte de la familia. Sin embargo, su mujer, mi abuela, evita pensarlo. De vez en cuando, se da cuenta, se le llenan los ojos de lágrimas, y se sume en la mayor de las tristezas y de las desgracias. Pero nunca llega a ninguna conclusión. Lo aparta de su mente, hasta que vuelva a llamar a la puerta. A veces, envejecer no te quita la conciencia aunque sí un poco la salud, y todos los defectos que uno tiene, se agravan y multiplican por cada año que has cumplido.

Envejecer es un pulso a las probabilidades. Leer disminuye la probabilidad de desarrollar Alzheimer. Disminuir la ingesta de grasa y realizar un ejercicio moderado regularmente, disminuye los riesgos de sufrir una enfermedad cardiovascular. Pero, aun así, no sabemos si nos va a tocar una vejez con la cabeza perdida, con deterioro físico o con los dos. Y, a partir de un momento indeterminado que aparece sin previo aviso, cada día que pasa te envejece 10 años. Y, entonces, ya no queda una sombra de lo que fuiste. Queda una caricatura de un viejito que se parece a ti, que no te reconoce, que no se puede mover, que no te ve o que no quiere hablar contigo.

Ahora se abren muchas incógnitas. Muchas. Tantas como las probabilidades derivadas de mi mezcla particular de genes y educación. ¿Cómo seré de mayor? ¿Cómo seré de más mayor? ¿Qué clase de viejita seré? ¿Sufriré una agonía? ¿La sufrirán los que estén a mi alrededor? ¿Me querrán mis hijos? ¿Tendré nietos? ¿Cómo me verán?

Sé cómo no quiero ser. Quiero esforzarme para no serlo. Como hacerme vieja es inevitable, si tengo suerte, ya tengo un motivo para cambiar lo corregible, eso que no nos gusta de nosotros mismos y que nos lleva siempre a discusión, lo que deteriora nuestras relaciones y contamina nuestro pensamiento. Tenemos una oportunidad de dejar cosas atrás, de decir lo que queremos decir, pero de una manera menos dañina, más directa y más amable. Tenemos una oportunidad de hacer lo que siempre pensamos en hacer, lo que queremos o debemos hacer, pero que nunca hacemos, por desidia. Tenemos la oportunidad de evitar que esto se acumule a lo largo de nuestra vida. Este momento es irrepetible y, más adelante, cuando no nos quede más opción que vivir los peores momentos de nuestra vida, nos daremos cuenta de que no lo hemos aprovechado bien. Que en nuestra vida predominará lo malo porque no quisimos equilibrarla.

Tenemos que vivir, bien por nosotros o por los demás, teniendo en cuenta que por mucho que nos cuidemos, cualquier día, por ejemplo, si llegamos a la otra mayoría de edad, puede sorprendernos una enfermedad degenerativa contra la que no hay cura y ante la cual, en la fase final, no queda más remedio que rendirse y ponérselo fácil a los que nos cuidan.

Mientras tanto, aprovecharé los momentos con la familia y pediré que cuando mis padres lleguen a viejitos, yo tenga la paciencia suficiente y pueda estar con ellos el tiempo que necesitan.

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